44 24.06.2022 ESAS UÑAS JULIETA DE DIEGO DE FÁBREGA Lasuñasnuncahansido lomío. Probablemente porque soy un poco torpe con las manos y si a mi torpeza añado diez uñas largas atravesadas en el camino hacia una meta se podrán imaginarqueno lograríani llevarmeun bocado de comida a la boca. Alguna vez, enun tiempomuy lejano creo —porque no estoy segura—que soñé con ostentar dos manos engalanadas con uñas perfectas. No fue posible. No les tengopaciencia. Imagínenseustedesquetienenuntrabajo, ajá, un trabajo en una oficina y que el jefe te dicta cartas yqueesas cartashayqueescribirlas amáquina. No encomputadoradondeunopuede echar para atrás y corregir cualquier falta antes de llegar a la impresión. Hablo de máquinas de escribir que, aunque en algunos casos fueran eléctricas, tenían teclas eran bastante resistentes a la presión. Sobre esos teclados era realmente imposible manejarse con uñas largas y los jefes esperaban que las cartas estuvieran listas para firmar dentro de los diez minutos siguientes de que él pusieraelpuntofinalasudictado.Anteladisyuntivade lucir manos hermosas o perder el trabajo, yo siempre escogía el trabajo. ¡Llámenme tonta, pero así es la cosa! Por otro lado, así como tengo algún defecto en los ojos que jamás me ha permitido usar lentes de contacto, tengo uno en las uñas que ahuyenta el esmalte. Así es, incluso cuando arriesgaba parte de mi presupuesto semanal con un viaje al salón de belleza y me sentabapacientementeaquemehicieran lamanicura, todo resultaba inútil. Podían ocurrir dos cosas: o me dañaba alguna uña antes de que la manicurista terminara su trabajo y requería de“un arreglo” o empezaba aperder lapintura amenos de veinticuatrohoras de instalada. Conclusión: no vale la pena la inversión porque si hay algo queme tortura —y ya sabenque son pocas cosas las que me quitan el sueño—es una uña descascarillada, así es queal primer síntoma ¡fueraesmalte! Este cuento larguísimo surge porque veo por todos lados que ahora las uñas se usan larguíííííííísimas y puntiagudííííííísimas, dos cosas que yo jamás podría manejar. Si quieren que les diga la verdad, ni me gustan, estéticamente hablando, quiero decir. Ypienso yo que nome gustanporqueme recuerdan las uñas de las brujas de los cuentos de mi infancia. Además de eso, con solo pensar del tiempo que tendría que invertir ya sea en que me pongan uñas falsas (porque seguro casi todas son de mentirita) o que les dibujen una obra de arte y le peguen piedritas preciosas a cada una, me puedo morir. A quién le sobran tantos minutos al día para perder en eso. Sin ánimo de ofender a nadie. Bien…ypara terminar, aclaroque respetoaquienes aman sus uñas larguísimas y puntiagudísimas, ¿quién soy para meterme en la vida ajena? Pero como dije al principio, no es lo mío. Me quedo con mis manos de jardinera sin jardinear o de obrero de la construcción, conmisuñascortasysinpintarque, si biennoeliminan la torpeza, por lomenos no semeten conmis ilusiones. “Ante la disyuntiva de lucir manos hermosas o perder el trabajo, yo siempre escogía el trabajo. ¡Llámenme tonta, pero así es la cosa!” ELLAS ENTRE NOS Envía tus inquietudes y preguntas a: [email protected] DEL DIARIO DE MAMÁ
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