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10 15.10.2021 CAFÉ CON TECLAS ELLAS.pa [email protected] @cafeconteclas SARITA ESSES D e pequeña, mis padres no meteníanquecastigar.Ni siquiera tenían que rega- ñarme, aunque de vez en cuando me hacía acree- dora de una de las dos co- sas. Lamaneramás efectiva que te- níami mamá de hacerme temblar, noerahaciendoalgo.Al contrario, era dejando de hacer. Las dos o tres veces en toda mi infancia en queme portémal ymi mamá verdaderamente se enojó conmigo, loúnicoque requiriópa- raretornarmeal caminode laobe- diencia fue quitarme el habla. Re- cuerdo la mortificación que yo sentía, la necesidad de recuperar el cariño que me tenía en pausa. Yo estaba dispuesta a ordenar mi cuarto, compartir con mi herma- nita, ¡hasta ayudarla en la cocina!, lo que fuera, con tal de caer nue- vamente en gracia. Qué diferencia lo que fue, de lo que es. Esas fórmulas de antaño notienenel efectodeseadoenmis hijos (ni en los ajenos). Lo sé, por- que he preguntado. Bajo el riesgo de sonar más an- tigua que una vitrola, puedo afir- mar que en mis tiempos los hijos sentíamos reverencia por nues- tros padres, por el solo hecho de ser nuestros padres. Una mirada era tan poderosa como una chan- cleta, y si no te gustaba seguir ór- denes, por lo menos que no se te notara. Ahora, cuando me pongo brava con mis hijos y dejo de hablarles, he descubierto que lo ven como unas vacaciones, o incluso como un premio: la oportunidad de dis- frutar la mágica virtud del silen- cio. Qué lechuga. Hace unos días tuve otra de esas rabietas comunes en una ca- saplagadadeadolescentes. Era la horadelacena,ylaúnicapresente en torno a la mesa era yo. Uno se quedó dormido, el otro estaba ha- ciendodeporte, alguienmás esta- ba donde un amigo, y uno más no sé dónde andaba ni qué hacía, porque no contestaba el celular desde las 7:00 a.m. en que salió para la escuela. Cosa #4, esto es contigo: ¡quesea laúltimavezque me haces esa gracia! No pidomucho. Mis hijos tienen sus propias vidas y responsabili- dades, y es por eso que la sagra- da-hora-de-la-cenaesmi únicare- gla inquebrantable, a menos que suene la alarma contra incendios. Comoesteesuntemareincidente, dije “nomás”. Proclamé un paro. Determinéquenose ibaahacer más cena en la casa hasta nuevo aviso. La siguiente noche, uno de mis hijos me sorprendió tomando una sopitaenel desayunador. “¿A qué hora cenamos?”, me pregun- tó. “Ya casi acabo”, le contesté malévolamente. Comoquemi res- puesta no le gustó, porque co- menzó a rezongar: cómo no va a haber cena, qué es esta injusticia, mi deber es alimentarlos, etc. Le dije: “Papi, ahí está lanevera, pue- des prepararte lo que se te anto- je”, sabiendo perfectamente bien que de ser así, cenaría pan con queso por el fin de los tiempos. Al día siguienteme dice laYami: “Señora, llamóCosa#4apedirme que haga nuggets y arroz para la cena”. Ese porfiado intentaba brincarse la cadena demando. Increíblemente, la huelga duró solo 36 horas. La siguiente noche todos llegarona lamesaantesque yo. Al parecer, dejar de hacer aún funciona. LA HUELGA VEAMOS QUIÉN AGUANTA MÁS.

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