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34 30.04.2021 ELLAS ENTRE NOS Envía tus inquietudes y preguntas a: [email protected] DEL DIARIO DE MAMÁ DESDE LA CALLE ELVIRAMÉNDEZ JULIETA DE DIEGO DE FÁBREGA A lguna vez les he contado que, por casi cin- cuenta años, o quizás más, viví en la calle Elvira Méndez. Aproximo los años, pues cuando llegamos allí por primera vez, yo era una niña y no hacía anotaciones men- tales sobre el año, mes y día en que había cambiado de residencia. Amarrémi caballo en varias direcciones, dos casas y4apartamentosyentodas fui feliz.Esquemegustaba esebarriopues, aunqueustedesno locrean, algunavez fue un barrio y no un pasadizo de autos escandalosos y gente que se pelea por dejar su auto en la acera. Para empezar, la calle Elvira Méndez era una calle sin salida por lo que la muchachada del barrio podía reunirseallí parapatinar,montarbicicleta, jugar tiqui- bol ymuchas cosasmás. Dondemás años viví fue en la esquina de la ElviraMéndez con la calle 52 y de allí fue donde me arrancaron como a una gata agarrada a la pared cuando me trajeron al sitio donde resido desde hace casi diez años. Es que lo que me gusta es quedar- me en unmismo lugar, de ser posible, para siempre. Hace poco estaba viendo unas remodelaciones que han hecho al edificio de la mentada esquina y, por su- puesto, que al visitar áreas del edificioque llevaba cua- renta y pico de años si ver ya saben lo que ocurrió: se presentó laavalanchadememorias.Esmás, no fueuna avalancha, fueron varias porque, como es costumbre, una llevo a la otra y todavía, una semana después se siguen desprendiendo pedazos de vida por aquí y por allá. Los recuerdos empiezan porque “visité” lo que por muchos años fue la oficina de mi papá. Quedaba en el mismo edificio donde vivíamos así es que la visitába- mos a diario. Varias veces. Ahora que lo pienso, no sé como sus secretarias nos aguantaban porque uno lle- gaba a molestar. Que regálame una hoja blanca, que préstame el sacapuntas, que ayúdame a dibujar las le- tras para este trabajo, que necesito una ponchadora, que se me dañó el folder, que porfa ábreme los huecos para que el gancho no me rompa las hojas. Mejor me detengo. Y no era uno, éramos varios los que nos ins- talábamos entre un escritorio y otro. Cuando nos asomábamos al despacho demi papá lo primero que encontrábamos era el escritorio de Papa Quica, untíoabueloquetrabajabaconél yeraal únicoa quien le confiaban la preparación de los sobres sema- nales de planilla. Las muchachas afuera entre un chi- quilloyotroescribíannombreeinformacióndesalario, pero era el tíoRicardo quien distribuía el dinero. Yo aquí solita dándome otra vuelta por aquel lugar debo concluir que, como tenía ventanas que daban a ambas calles, mi papá seguro pasaba ratos mirando a ver qué estábamos haciendo, porque pasábamos mu- cho tiempo allí abajo. Tempranito esperábamos el bus, pero ya terminado el horario escolar se aparecían to- dos “los chicos del barrio” y gozábamos como recién divorciados. Era distinta la vida. En ese despacho se armaron cada año decenas de canastas para los muchachos que trabajaban con mi papá, para los inquilinosdel edificio, para losahijadosy para todo aquel que estuviera en la lista de regalos de mi papá y mi mamá. Claro que para llenarlas primero hacíamos viajes a la Central y otros destinos, pero so- bre eso les contaré otro día porque se me acabó el pa- pel. “ Los recuerdos empiezan porque “visité” lo que por muchos años fue la oficina de mi papá. ”

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